discurso de graduación (2022/2023)

Estimados alumnos y alumnas:

Hace días que acabó el curso escolar. Uno nunca sabe cómo terminar de despedirse, así que he pensado que lo mejor es colgar aquello que ya tuve ocasión de deciros durante la graduación. Espero que os traiga buenos recuerdos.

DISCURSO.

Directora, familias, estimados compañeros y compañeras, queridísimos alumnos y alumnas:

Hace ya un mes que la directora del centro me pidió que preparase un discurso para la graduación de Ainara, Elías, Nerea y Yasser. La verdad es que han ido pasando las semanas y entre las clases y todo eso que no se ve, que está entre bambalinas, hace unos días me di cuenta de que no tenía nada escrito. Y el tiempo pasaba, faltaban apenas unos días para que nos encontrásemos en un día momento tan especial. Así que era necesario sentarse a hacer borradores.

El viernes pensé que podría hablar de los niños (y de las niñas, obviamente). Debo reconocer que, como ya les dije a principio de curso: “No me gustan los niños en absoluto. Para mí no son más que unos estúpidos llorones y unos pesados que lo destrozan todo, manchan los libros de mermelada y les rasgan las páginas”. Al menos eso decía el librero Koreander cuando Bastian le pidió un libro para niños en esa fantástica Historia Interminable que lleva sobre mi mesa desde noviembre.

El sábado pensé que eso no era apropiado para la graduación. Una cosa era bromear en clase y otra muy distinta decirlo frente a sus padres y madres. Podrían llegar a pensar que es verdad. Decidí que quizá podría hablar de este año nuevo en un colegio en el que algunos profesores nos vamos a quedar un tiempo, de lo bien que nos habéis acogido y de la ilusión con la que nos vamos a empeñar en construir un centro más acogedor día a día. De todas formas, no quedé nada convencido y supe que tendría que cambiarlo.

El domingo no escribí nada.

El lunes volví a leer mi discurso y no me gustaba. Así que lo tiré a la basura y volví a empezar. Había sido una mañana con mucho trajín en el colegio. Experimentos, pruebas finales y alguna que otra sorpresa. Cuando cogí mis notas me di cuenta en seguida de que faltaba algo. Quizá la clave era contar alguna cosa de las estrellas. Pero las estrellas hoy son ellos. También queda bien contar alguna anécdota curiosa, del CRIE, por ejemplo. Explicar por qué se dicen tanto las palabras “catastrófe” o “calvario” en nuestra clase. O dar a conocer personajes legendarios como Supercalvoman, Doraemon amarillo o una rana parlante llamada Gianni Rodari que había llegado a presidenta del gobierno. Pero también sabía que es bastante seguro que de algunas de esas cosas hablen ellos y ellas. Así que tampoco me valía. Tendría que hablar de otra cosa.

El martes por la tarde tuvimos la sesión de evaluación. Vamos, que pusimos las notas. Me entró la tentación de escribir un discurso centrado en todo lo bien que lo han hecho los niños en el cole. Incluso me planteé explicaros de qué hablamos los profesores y profesoras en una sesión de evaluación. Debo reconocer que una idea tan peregrina apenas duró unos segundos en mi cabeza.

El miércoles, es decir, ayer, me preguntaron en clase cómo iba mi discurso. Y les expliqué que, en definitiva, este discurso iba a ser la historia de cómo había llegado al día antes de la graduación sin saber qué decir, sin tener discurso.

Anoche llegué a la conclusión de que en realidad nada de esto es lo importante. Lo verdaderamente importante es que Elías, Ainara, Nerea y Yasser se marchan del colegio y se hacen mayores. Y por eso, este maestrillo que está hablando, que viene sin saber muy bien qué contar, ha decidido que sería suficiente con explicar una última lección, contar una historia inventada y hacer una petición.

Empezaré por una lección. Podría ser la más importante de vuestras vidas. Parece muy ambicioso, muy grandilocuente. “La lección más importante de vuestras vidas”. Y, sin embargo, Nerea, Elías, Ainara y Yasser, todos los adultos la sabemos. A algunos nadie se la explicó. A otros nos lo dijeron muchas veces, pero nunca lo creímos. Niños y niñas que os marcháis del colegio. Pronto dejaréis de serlo. ¿De ser qué? De ser niños y niñas. Probablemente algunas ya lo hayáis notado. El tiempo de la infancia llega a su fin. La inocencia no dura para siempre. Ya os daréis cuenta, pero no hay remedio para el tiempo. Es una maldición contra la que no se puede luchar. Nada se puede hacer. Lo que ya ha pasado no va a volver a ocurrir. Lo que sois hoy, no volveréis a serlo. Pasarán otras cosas, puede que mejores, pero nunca las anteriores. Esa es la lección más importante. Vuestro cuerpo crecerá y vuestra mente empezará a preocuparse de otras cosas. Y sin embargo, por favor, no olvidéis nunca lo que significa ser un niño. Y recordad siempre que, mientras lo fuisteis, hubo gente adulta que os acompañó como mejor pudo. Todos vuestros profesores esperamos haber sido buenos compañeros de viaje en esta infancia vuestra que se acaba.

Acaba la lección, que podría ser la más importante de vuestras vidas. Voy a contaros una historia inventada. Una historia que me contó alguien especialista en inventarse historias. Un cómico, un actor, un aprendiz de mago, un payaso de los de verdad, que se inventan todo, tanto, que a veces no sabes si estás hablando con la persona o con el personaje. Me contó que en una ocasión fue a pedirle a uno de sus autores preferidos que le firmase un libro, y lo hizo con vergüenza. Porque el resto de la gente le estaba dando a firmar libros nuevos, recién comprados, en perfecto estado. Pero el libro que mi amigo llevaba tenía el forro roto, la solapa rajada, las tapas agrietadas, el canto manchado, de tanto pasar las páginas (algunas de las cuales se habían despegado del lomo y estaban dobladas e incluso escritas).  “Hubiera deseado traerlo en mejor estado” – le dijo mi amigo al escritor – “pero no tengo otro, este es el libro tuyo que tengo, y el que he leído”. El autor cogió el libro, lo miró, sonrió y escribió su mejor dedicatoria. Dedicado a una persona que ama los libros, que los toca, los abraza, pasea con ellos, los mira y los remira. Dedicado a alguien que ha leído mi libro tantas veces que le ha dejado innumerables marcas. Muchas gracias por darle verdadera vida al libro que con tanto cariño escribí”. Os puedo jurar que la historia es completamente inventada, porque yo le pedí en varias ocasiones a mi amigo el cómico que me enseñase la dedicatoria, y siempre encontró excusas para no mostrármela.

Y, sin embargo, esa historia completamente falsa, pero que podría ser totalmente cierta, me va a permitir terminar mi discurso explicando haciendo una petición, antes de la cual quiero deciros que los maestros y maestras que os hemos dado clase, Ainara, Yasser, Elías y Nerea, queremos desearos lo mejor, la mayor de las suertes en esta etapa que comenzáis. Pero también queremos pediros que, cuando cojáis los libros, cuando los miréis, si os acordáis de esta historia, no dejéis nunca de ser esos maravillosos niños que molestan a los adultos haciendo muchas preguntas, manchando los libros de mermelada y rasgándoles las páginas

Muchísimas gracias. Y muy buena suerte.